Las calles nos pertenecen

La charla se interrumpe en silencio por el silencio de guitarra y cajón que daban ritmo a nuestras risas. De pronto, entre las amarillentas luces que dibujan nuestras sombras se entremezclan otras que parpadean con un azul que tan solo puede iluminar la duda que siempre nos azota con su presencia: ¿por qué? La incomprensión observa los pasos que se dirigen hacia nosotras. Tono calmado, mirada álgida, presencia acompañada por su igual. Esperamos el mismo discurso del cual solo nos sorprenderán nuevos posibles argumentos cuya sin razón conocen destinatarios y remitentes.


Tal vez despertaremos sonrisas de rabia que seguirán una respuesta también repetida, pero ésta argumentada, finalizando el falso diálogo con una oda a la sumisión que deben hacer de su día a día con tal de un salario cuya permanencia lo rige no una moral o ética, sino un código de conducta plasmado en manuales que deshumanizan y robotizan a sus lectoras. Las miradas al suelo por conocer el surrealismo de tal situación, y de nuevo esa pregunta ¿por qué? Pero esta vez resuena la duda por un estallido de adrenalina que te hace levantarte para abandonar ese lugar en su soledad y vacío, manteniendo la mirada al suelo, cabizbajos, conociendo el abanico de posibilidades que tendrás si te levantas, en cambio, para frente a frente, cruzar una mirada fija que les niegue esa orden que presentan como petición aquellas que hacen de su autoridad la anulación de la vida a cielo abierto. Pero la alerta continúa a tus pasos: cuidado con la sed o el hambre, cuidado con la indignación compartida en papel o en gritos, cuidado con el color que quieres verter sobre ese muro desnudo, cuidado por hacer correr la savia por los tallos al sol, cuidado por buscar el calor de tu amante para fundiros ante la luna, cuidado. Las luces azules con voces de sirenas que no entienden de la libertad del mar y cuyos sonidos son leyendas de amenazas pueden sorprenderte para marcar su correcto camino de la vida, el que lleva hasta una jaula amueblada llamada hogar. Pero no entienden que allí las estrellas no se mezclan con un palacio que guarda doce inmortales leones, que no se puede sentir el frescor del aire que mueve la hierba triunfal, que el rumor del Genil se pierde en la distancia, que los aromas escondidos tras ese solitario arco Elvira solo allí se encuentran, que el frío del blanco mármol no lo regala ningún hormigón, que el vibrar de las cuerdas solo se siente en compañía de las manos que crean melodía, que la plaza libertad debe hacer honor a su nombre, que las personas se viven en persona, que la vida se conoce viviéndola,.


Tal vez, cuando queráis levantarnos para volver a aislarnos, ya nos encontremos en pié, esperándoos, ocultas, con una sonrisa también de rabia, pero esta vez, se deberá a la proximidad del sabotaje que esa noche os otorgaremos. Porque entendemos que nos habéis exigido que exijamos nuestra libertad en un diálogo exento de palabras, las cuales ignoráis al no poder esposarlas, multarlas, golpearlas o encerrarlas. Tal vez, cuando huyáis con miedo del calor y la luz de nuestro fuego y, tras huir, solo en casa os sintáis seguras y sin miedo pero prisioneras de vuestra propia celda, tal vez, y solo entonces, nos comprenderéis realmente.

“Quien pacifique a los pacificadores
buen pacificador será”

Mario Benedetti

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