No nos dan otra opción


Sun Tzu, en “El arte de la Guerra”:
"No presiones al enemigo hasta acorralarlo. Cuando las bestias salvajes están
acorraladas luchan con desesperación. ¡Cuánto mas cierto es esto de los
hombres! Si saben que no tienen opción se batirán hasta la muerte".

Veo las noticias en televisión y el hecho de saber de que aparece una ínfima parte de la realidad vulnerable en la que nos vemos obligados a vivir despierta en mí un estado que me gustaría saber si tiene concepto o expresión que alcance a definirlo. Los palestinos hablaban de la Justa Ira, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional de la Digna Rabia... y creo que sus ideas son inspiradoras.
Continuando la reflexión que traigo en tanto a partir del presente para generar ideas, propuestas, acciones... y respecto a la noticia de constituir como delito agravante, entre otras cosas, el hecho de ocultar el rostro como dato identificativo en marchas o protestas sociales, me gustaría compartir una predicción quizás aconsejable. 

La represión legislativa empieza a definirse conceptualmente las prácticas violentas que gobiernos totalitarios han desarrollado, tanto en el Estado español como en otros que se han presentado como democráticos aun sin serlo, dando un respaldo jurídico a dichas acciones con tal de no ser tachados de arbitrarios, antidemocráticos o autoritarios. Yo en cambio pienso que lo que hacen precisamente es reforzar esta posible visión de su política de interior. Si bien antes la arbitrariedad por los distintos cuerpos de seguridad del Estado (policía, guardia civil, ejército, juzgados y tribunales...) respondía más bien a cuestiones emocionales, vivenciales, ideológicas, contextuales... y se ejercía desde la individualidad, ahora sufren una normalización y regularización, es decir, la excepción de la arbitrariedad se convierte en norma precisamente para no ser tachados de arbitrarios. Sin duda se trata de una buena estrategia al contar con unos medios de comunicación que eufemizan conceptos claves que chirrían con los principios, relegados al final, de la democracia que a ello ampara mientras que a otros nos condena. Pasamos pues a una política de control social totalitaria que emplea la violencia (física, psicológica, institucional, estructural, informativa) como medio para obtener un fin, comprimir la paz social, llevándonos a una claustrofobia amparada en nuestra “seguridad” que empieza a asfixiarnos, buscando cualquier grieta posible para combustionar nuestra rabia al entrar en contacto con el oxígeno de la realidad, recordando esa cita digna de muros que es “SI QUIEREN EXPLOTADOS, EXPLOTAREMOS”.

Deciden pues aplicar medidas a corto plazo, siguiendo la estrategia del miedo y de la acción-reacción, sin vislumbrar lo que presumiblemente de acontece y cuya lógica a mí me parece un tanto aplastante: Si vuelven al empleo de la violencia, simbólica y explícita, la respuesta social será violenta. Si empiezan a condenar, penalizar y encarcelar las pocas vías que la sociedad utiliza para expresar su malestar y descontento, ésta buscará y creará sus propias vías sin contemplar la aprobación de un Estado que abandona el discurso de castigar la metodología de la protesta y lucha social para castigarla por el mero hecho de existir. Ante el riesgo que esto engendra se requerirá de una mayor capacidad organizativa, esto es que la rabia será organizada, siendo consciente de la facilidad que en ese supuesto tendrá no solo de manifestarse, sino también de causar daño. Hablo de la clandestinidad. Al partir de que se será castigado, la desproporcionalidad de su aplicación hace que se decida emprender una acción que se considere proporcional al castigo a recibir. Es decir, que si me juego la libertad y la posibilidad de ir a la cárcel por resistir pacíficamente ante el desalojo de una plaza pública tras una marcha pacífica y autorizada por el gobierno, mejor me organizo para quemar un par de patrullas policiales, ya que la exposición al peligro será menor al tratarse de una acción organizada en la que yo elijo el momento y otros aspectos de la acción, las consecuencias penales serán muy semejantes y el hecho de ser yo el que causa el daño y no el que lo padece, un daño tangible, calculable, material... me acerca a un espectro más terrenal de la utopía por la que lucho, compensando la distancia entre esas dos dimensiones.

Estamos empezando a ser conscientes del agotamiento de maneras en las que podemos participar de la política, la sociedad, la comunicación y demás ámbitos que nos afectan directa e indirectamente, y hay quienes también se empiezan a agotar en la búsqueda de lineas de actuación no violentas y quizás mas eficaces, invirtiendo su energía en liberar y liberarse de aquello que sienten les oprime como personas.

Creo que es importante comprender con esto que explico ciertas expresiones que pueden o no responder a nuestra percepción de lo correcto o lo incorrecto e intentar no caer en juicios de valor que nos convierten en los jueves y medios de comunicación que repudiamos por criminalizar las consecuencias de las causas que provocan y por hacer hincapié en el continente y no en el contenido, fomentando el tipo de sociedad que pretenden, una sociedad donde el civismo y la ciudadanía se evalúa como positiva cuantxs mas policías, chivatxs, esquiroles y sumisxs haya, sintiéndose orgullosxs por ello.
 


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