Cinco segundos

Cinco segundos. Es el tiempo que tarda la ilusión en desvanecerse del rostro tras un hecho en concreto. Los tres primeros convierten el arco de los labios o sonrisa en un segmento horizontal. Los dos restantes alisan la frente hasta dejar las cejas relajadas, como el resto de la cara. Cinco segundos.
El problema es lo que deviene por dentro, aquello que reflejan los músculos faciales. Se produce una especie de silencio conmovedor. La mente se queda en blanco, pero la vulnerabilidad que siente hace que intente aferrarse a alguna idea, la primera que pase, para poder suspirar, descargar esa tensión como soplido. Y la idea llega. Según ésta sea se puede percibir cual es la actitud de quien se desilusiona ante el desbarajuste de emociones. Se muestra in situ el optimismo o pesimismo, ya ésta repentina idea no es creada por la razón, sino lanzada por la emoción vertida del momento. Por eso no importa demasiado la primera respuesta que te puedas dar, menos aún cuando no es grata. Puedes volver a suspirar, relajarte, pensar… Entonces, la caída libre sentida parece que se va frenando y el aterrizaje no tiene por qué ser demoledor. Quizás todo quede en poner los pies sobre el suelo, aunque el ánimo sientas que continúa cayendo en picado, atravesando las capas del subsuelo y de tu persona.

Y empieza el cuestionario, cuyas preguntas casi prefieres te las dé el horóscopo de las últimas páginas de la guía de televisión, ya que las preguntas se te hacen tan impertinentes como difíciles de contestar y porque la credibilidad que buscas es tan risoria que, de lo que pueda decirte, lo malo es fácilmente desechable y lo menos malo quizás te haga sonreír al ver el ridículo que estás haciendo al leer esos párrafos.
Pero llega la respuesta de las respuestas. La que sin decir nada te lo dice todo y te coloca en una posición de indefensión y vulnerabilidad plena que asusta en un primer momento: el tiempo decidirá… El tiempo… Menudo cabrón. ¿Qué hay que hacer entonces? ¿Esperar? ¿Esperar al tiempo? Demasiado tiempo lleva el tiempo pisándome los talones. Mejor darle la espalda y desviar la mirada fija en él hacia aquello que pueda disfrutar por cuenta propia, crearlo, sentirlo, vivirlo. Estoy seguro de que cuando de repente vuelva a mirarle, a preguntarle, será él quien esté con la mirada fija en mí, esperandome para dar respuesta a una pregunta que tantos días me hago, le hago.

Mientras tanto, el balancín de la ilusión compartida seguirá haciendo subir y bajar a sus extremos, aunque dudo mucho que lo disfruten como un juego, ya que este vaivén les marea y angustia demasiado, pues lo que pretenden precisamente es compartir el equilibrio del centro, de la unión, de dejar las distancias de un extremo respecto al otro. Pero a veces los recuerdos hacen que te repliegues atrás. Te dan la seguridad de la experiencia, haya sido ésta buena o mala, haciendo que te aferres al asiento de tu extremo, es decir, aferrándote a tu distancia. Mientras, el otro extremo deberá estar a la expectativa de quien tiene enfrente, lejos, pero en frente. Sabe que precipitarse puede ser fatal para los dos y este miedo también hace que el avance hacia el punto de encuentro, hacia ese equilibrio, sea dudoso, precavido. El problema es que se busca apoyo en la mirada de su acompañante, allá, y la distancia hace que a veces se pierda esta mirada (el tacto ya se perdió…) y la increíble fuerza que posee. Pero ¿cómo no perder la mirada y con ella el equilibrio? ¿Cómo no mirar a otro lado y no hacia un horizonte nebuloso e infinito? El alrededor está vivo, más allá del balanceo, y su cercanía roba la atención mantenida en la lejanía, mucho más intangible, insensible e incierta que aquello que sientes tan cercano por el único hecho de estar ahí.

En qué acabará esto… El tiempo sé que ahora me está clavando la mirada con una sonrisa burlona porque sabe que a pesar de que intento ignorarlo vomitando algunas emociones, debido al mareo de tanto balancín, él sabe que no lo consigo. Sabe que no aunque de reojo, no le pierdo detalle y que le imploraría acelerarlo todo, aunque todo lo pierda, por conseguir una respuesta que parece espesar el tic tac del reloj. Pero pienso, y sé, que aunque decidiese complacerme, ni él mismo podría adelantar ritmo alguno. Sólo queda consolarse entonces: será cuestión de esperar viviendo, y no de vivir en espera, para un día darse cuenta de que no solo tienes la respuesta, sino que ya hiciste algo al respecto. Es igual que con el amor, que para cuando te das cuenta de que estás enamorado, llevas ya un tiempo teniendo en la cara, cuando la piensas, esa sonrisa que tarda tan solo cinco segundos en desaparecer.

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