Nudos y latidos

He decidido ponerle fin a mi vida. Un salto desde la silla con la cuerda anudada alrededor del cuello. Lo prefiero así por ser más limpio que un disparo, aunque he dejado la pistola a la vista, cargada, por si algo falla. No me he parado demasiado a buscar razones, únicamente he mirado a mi alrededor y basta. Ahora miro el nudo de la soga, tan perfecto que reconozco me gustaría tenerlo visible en el momento del salto.

Hace un mes y medio que me corrieron del trabajo, al igual que otros cientos de compas como yo. Fue un papel el que daba la noticia hablando de una serie de reajustes laborales, del delicado momento económico del país y su crisis, de lo difícil que es para todos, incluso para la patronal, por lo que ni hablar de la liquidación. Firmaba el jefe de planta, el secretario de recursos humanos y el director. A eso le seguía una larga lista de nombres y apellidos. Palabras, nada más. Eso éramos, eso somos. Palabras que debido a la decisión de palabras más importantes nos dirigen palabras con un significado que nadie se atreve a plasmar en palabras. Buscando mi nombre no pude evitar leer el de mis compañeros, golpeándome los rostros de sus esposas y sus hijos, hasta que finalmente recibí el golpe más duro, el de mis rostros, los de mi familia. Mis ojos, que parecían sentir aguijones y su veneno, se clavaron en esas letras que me identificaban como futuro desempleado, un futuro tan cercano como incierto, teniendo no más de veinte días para seguir yendo a trabajar, asumir mi inmediato despido e intentar saber qué hacer con mi vida y la de los míos. Vi algunas lágrimas, pero solo serían las primeras. Habría mas en la casa, de mis compañeros y sus esposas; esa misma noche y las que vendrían.

Ya pasó demasiado tiempo y no se qué hacer. Mi aspecto, mi raza, mi edad, mis responsabilidades familiares, mi experiencia profesional demasiado especializada, la ausencia de ofertas… No hay nada. Hay a quienes conocidos les han dado empleos dignos únicamente de esclavos y se sienten agradecidos. No se cómo me sentiría yo. Solo sé cómo me siento ahora cuando miro los platos de mis hijos a la mitad y debemos mentirles diciéndoles que mamá y papá ya han comido; cuando en la piel de mi esposa aparecen estrías por su delgadez y su rostro se empalidece por días; cuando siento que mis brazos pierden fuerza, a la vez que brillo mis ojos; cuando los estómagos no tienen fuerza ni para pedir y los ojos se nublan anticipando un desmayo; cuando en el mercado se pierde la mañana negociando el precio de las cosas, explicando mi situación, pidiendo caridad; cuando intento ganarme alguna moneda ayudando a algún comercio y me piden que no lo haga, por las buenas y por las malas; cuando veo a una familia como una vez lo fue la mia, sin gritos ni malas caras, simplemente felices, queriéndose. Sé entonces como me siento. Siento que muero, más por dentro que por fuera, y por eso ahora contemplo la perfección del nudo de esta soga, el cual me gustaría contemplar en el momento del salto.

Me pregunto si seré el primero o si alguno de mis compas ya lo hizo. No creo que sea cuestión de valentía o cobardía. Eso no es lo que pesa en la balanza de la vida, al menos en los momentos de decidirse a hacerlo. Es cuestión de no estorbar, de ceder mi pequeña parte a quienes amo, de no ser alguien más que necesita. Es mejor así, no me siento culpable por hacerlo. Sé que mi marcha les entristecerá, pero no tardarán en comprenderlo. Tendrán que preocuparse por salir adelante y eso les hará olvidar. Yo aquí no puedo ofrecerles nada. Me siento demasiado cansado y desesperado como para decirles que les quiero, para darles amor, lo único que puedo darles. Mi corazón siento que se pudre, se está pudriendo y no quiero hacer más daño. No quiero un corazón como el de aquellos que me han llevado a esta situación, podrido, podrido de interés, de dinero, de odio, podrido de muerte a costa de las vidas de los demás, nosotros. No, yo no quiero tener un corazón podrido como los suyos. Creo que es mejor morir con un corazón digno que vivir con un corazón podrido.

Es cierto. Qué chingados... Sí, los corazones podridos no deben vivir, o eso creo. Mi corazón no se pudre, son ellos quienes lo están envenenando. He dado toda mi vida a esos cabrones. Me han robado los mejores años de mis hijos por darles algo que comer. Me han robado tiempo que compartir con mi familia. Me han robado la fortaleza de mi salud, de mi cuerpo. Me han robado la vida, han matado mi vida. Me han… Me han asesinado. Me han asesinado y pretenden que sea yo quien firme mi muerte. Pero… ¿qué carajo…? Todas estas preguntas son cómplices de mi muerte mientras esos hijos de su chingada madre estarán follándose a cualquier puta de lujo en cualquier hotel de cinco estrellas después de haber compartido cocaína con cualquiera de sus socios en cualquiera de sus frecuentados reservados en discotecas de moda, esperando a irse en su coche de portada a su casa de revista para decirle a su mujer que si quiere le paga una operación para realzarle el trasero porque se lo ve grande y caído.

¿Qué? …¿Qué? ¡No! ¡No mames! Son ellos quienes me están pudriendo el corazón, con sus contratos basura, sus salarios y horarios de la verga, el trato de esclavo y su pinche moral que me dice que tengo que obedecer, callar y lamerles el culo porque me tienen agarrado por los huevos y pueden hacer conmigo lo que quieran. Pues una mierda. Ya me he cansado de esto, de esta mierda de vida que me han hecho vivir para ahora deshacerse de mí como si nada. ¡Pues chingue su madre! Ahora soy yo el que se va a deshacer de ellos, ahora soy yo el que les va a mostrar lo puta que es la vida cuando un cabrón quiere.

Creía que la iba a necesitar por si algo fallaba cuando en realidad lo que fallaba era mi cabeza. Guardo la pistola sabiendo que por ahora no la voy a necesitar, pero sabiendo también que llegará el momento en que, después de hacer lo que siento justo, podré marchar en paz por haber liberado un cuerpo de corazón podrido y por ello haber liberado también a cientos de cuerpos que mueren por su veneno.

La soga, cuyo nudo tan perfecto no deja de asombrarme me hace ver que soy capaz de hacer aquello que realmente deseo.

La dejo a la vista para no olvidar el por qué, este por qué.

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