San Consumín


En nuestra vida tenemos numerosos días importantes que se repiten cada año: cumpleaños, aniversarios tanto buenos como malos, festivos… y cada cual decide como celebrarlo. Aunque esto no ocurre siempre. Hay días (cada vez más) en los que la celebración ya está encaminada, por decirlo de alguna manera, hacia una celebración concreta. Como no, la mayoría de estas están relacionadas con un consumo mayor que el habitual de distintos productos (alimentos, bebidas, regalos, ropa para la ocasión…) pero nos lo venden como una fecha que merece alguna distinción en nuestro calendario, siendo también una buena escusa para romper con la rutina que muchas veces y sin darnos cuenta se apodera de nosotrxs hasta hacernos meras máquinas de producción y consumo. Todo esto me viene a la cabeza por la proximidad a un 14 de febrero, día de San Valentín en España (aquel país de países) o día del Amor y la Amistad en México (aquel… aquella realidad). Han sido cuatro los febreros en los que he tenido que argumentar mi incomodidad ante esta fecha con mi pareja de aquel entonces, alegando que por qué ese día para demostrar a alguien que lx quiero, lx amo. La respuesta, prefabricada, descubre una razón irracional de nuestro día a día: “¡Todo el mundo lo hace! ¿Por qué nosotrxs no?”.
La respuesta a esa pregunta, contestada de manera instintiva sería que “por que el mundo está enfermo”, pero me intentaré esforzar un poquito para que no haya quien piense en visitar un centro de salud. Yendo a la raíz del problema, se ha de reconocer que la razón de “todo el mundo…” es válida en tanto es la consecuencia directa de un mercado que rige, moldea y reproduce un sistema internacional y globalizador que a la vez rige, moldea y reproduce la destrucción del mundo en el que se expande, como mero cáncer. La diferencia en este mundo de tendencias, las cuales el mercado va reciclando para nunca paralizarse, se percibe como algo negativo por el hecho de no querer embarcarse con sus “iguales” (seres de la misma especie) en un mundo homogéneo, sin diferencias de ningún tipo donde debido a ello la felicidad plena será fácil de alcanzar. Esta idea fomentada tanto por el cine, publicidad, educación, prensa, etc. conlleva a la marginalidad, siendo complicado desprenderse del rebaño central, no solo porque deberás de gestionar tu propia vida, sino porque el rebaño continuamente te excluirá de cualquier esquina del redil y a la vez te recriminará que no perteneces a él, siendo constantemente comparado y subestimado, haciendo más difícil tu vida y una toma de decisiones propias y libres. Es por esto (y volviendo al tema) que se hace jodido el decidir mandar a la mierda a todas aquellas personas (incluida tu pareja) que valoran mas que un día del año le compres una rosa o cualquier gilipollez, mas reconocible por cierto cuanto mas cara, a compartir el silencio de un cielo de estrellas de cualquier día de la semana mientras un “te quiero” inesperado se escapa como un susurro que parecen haber dicho las mismas nubes que emborronan la luna para quemar cuatro pupilas que comparten el peso de la inmensidad en un beso sin protocolo.
Las radios, concesionarios, periódicos, cadenas televisivas, bazares, y no me sorprendería ver también alguna taquería, se preparan para este esperado día, en el que todo el mundo sabe que solo se trata de una verdadera fiesta para lxs empresarixs, pero qué menos que un pequeño detalle. No importa que trabajes durante doce horas cada día, intentando vender cualquier mamada que te encargue tu jefe, otro tiburón capitalista inmiscuido en una mafia mayor en la que seguramente varios diputados andarán intentando recoger migajas acosta de sangre, ahogándote en ese caliente, artificial y podrido aire de la fábrica o el metro, dejándote la voz y la vida. No, has de cumplir ante Dio$. Aquí en México es realmente exagerado, pero ya lo dice el dicho: Tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios. Y es que, aunque os puedan aburrir las típicas denuncias de un aburrido antisistema por hobby (ya les gustaría), la influencia sociocultural del imperio USA (amén) marca nuestro día a día y se impone sobre las tradiciones y sobre lo natural, prefiriendo escuchar a Mario Bross o al presentador del telediario de la noche antes que las historias de nuestrxs vecinxs o simplemente las de cualquier ave. Influencia, por cierto, dirigida

única y específicamente al consumo indiscriminado, el cual sostiene un sistema muy inteligentemente creado para explotarnos a la vez que sonreímos y damos las gracias por ello. Para ello, un brutal marketing, utilizado también en fechas como navidad, en las que se supone que el hecho de celebrarlas te convierte en una mejor persona por vivir los valores que los mismos publicistas te dictan: amor, amistad, cariño, democracia, libertad…cuando tal vez te veas comprometido a verte con alguien que odias, te es indiferente o incluso ni conoces. Es decir, que el valor más importante es el del dinero, el cual te obliga a comportarte y hacer cosas que detestas.

Vale, hay gente que sí que realmente vive y siente estas fechas como dice la tele que deben vivirse y sentirse, pero eso no excluye que se siga tratando únicamente de un negocio y también que es bastante probable que esas personas no tengan los problemas de la mayoría de la gente o, mejor dicho, no vivan como la mayoría de la gente.

No escribo esto por desamor, melancolía, envidia o falta de sexo, sino porque estoy cansado de tanto corazoncito y color rosa y especialmente de los autobuses en los que solo se pueden escuchar canciones que solo hablan de todo eso.

Amaré todos los días de mi vida, pero odiaré por el amor de un solo día.

Sudando miedo

Hoy he conocido al miedo. Hoy he sabido lo que es temblar aterrorizado, sentir un escalofrío constante por todo mi cuerpo. Las historias acerca de fantasmas, espíritus o como le querais llamar, son numerosas acá en México, pudiendo escuchar de primera mano relatos de apariciones, accidentes, posesiones temporales… por gente que lo único que quiere es compartir sus vivencias, más allá de protagonismo o dinero, como estamos acostumbrados. Como decía, me han rodeado últimamente estas historias y ayer, en la que sería la primera noche en mi nueva casa, sentí miedo por la soledad, la sombría y el silencio de pasillos y habitaciones mientras me preparaba para ir a la cama. Intentando no pensar en bobadas (llamándolo así restarle importancia) me dormí. No tardé demasiado debido al cansancio del día, el cual empezó pronto. Las ventanas, tapadas por fuera con rígidas chapas a modo de rejas impiden entrar, además de ladrones, cualquier rayo de luz, por lo que no podría aproximar la hora en que me ocurrió lo que ya os cuento. De pronto, sentí una fuerte presión al otro lado del colchón, el cual es amplio. Noté como si alguien se sentase junto a mi, mientras yo le daba la espalda. La enorme duda por lo que ocurría helaba mi piel. Pensé en girarme y mirar, sin saber qué podría esperar ver, pero me faltó valor, asique conservé mi posición, inmóvil. Pasó el tiempo y el no sentir nada hacía que me relajase, moviendo un tanto las mantas que me abrigaban, aunque sin girarme aun hacia el otro lado. Pero inesperadamente sentí como aquello que se había sentado, desde esa posición, se tumbaba junto a mí, a lo largo de todo el colchón, pensando que había permanecido tan inmóvil como yo pero desde su posición, superior a la mía, preguntándome si había estado observándome todo ese tiempo.
Fue entonces cuando mi cuerpo empezó a temblar como nunca antes lo había hecho, pues temblaba por puro terror. Sentía tan claramente como el colchón cedió su forma a aquello que se tumbaba que estaba convencido de que había algo o alguien. La presencia persistía y yo era incapaz de apartar mi mente de aquello. Era tan incómoda e inquietante la escena que me agarré con fuerza a las mantas y de un golpe de valor y rabia decidido quise girarme hasta poder mirar al otro lado y gritar “¡fuera!”. Pero tan solo cuando mordí mi labio inferior para empezar a pronunciar esta palabra noté que me era imposible moverme. Las mantas parecían haberse convertido en planchas de acero que me inmovilizaban. Intenté deshacerme de esa prisión de hilos en tres ocasiones, pero me resultó imposible y llegué a agotarme.
Al sentirme tan vulnerable y sin lograr comprender que era lo que estaba ocurriendo en aquella habitación únicamente mantuve la misma posición a esperas de que todo ello acabase, creyendo que sentiría como aquello que seguía a centímetros de mí en la misma cama se marcharía. Pero estaba equivocado. Un tiempo después, abrí los ojos como se abren los pulmones de alguien que emerge del agua en busca de un aliento de vida. Me vi en la misma posición, mirando hacia la pared de la ventana. No me había movido, pero no me atreví tampoco entonces a girarme. Ya un tiempo después y con el sueño más ligero me giraba, miraba la habitación sin saber si realmente quería ver algo. No hallé nada. Entonces me pregunté si lo que viví había sido real y solo tenía que recordar aquel temblor por todo mi cuerpo para responderme. Sin embargo, cada vez que lo recuerdo no descarto la posibilidad de haber sido una de las peores pesadillas que he tenido, tal vez por mi pensamiento racional, tal vez por la esperanza de no volver a pasar por ello.

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