Hablando de Dictocracias

Me pregunto por qué constantemente los líderes políticos de distinto rango aparecen en los distintos y masivos medios de comunicación. Realmente, es fácil pensar que siempre están ahí, con el Pueblo, con aquellxs a quienes deben representar. Pero también me pregunto por qué no salen tan a menudo aquellxs que conducen a dichos políticos por el camino de la democracia. No me refiero a sus consejeros, sino a sus jefes, a los dirigentes y/o máximos accionistas de las principales empresas multinacionales. Caminando por la calle obtengo la respuesta: entre los innumerables anuncios publicitarios que invaden nuestro día a día es fácil contemplar logos y rostros representativos de dirigentes y partidos políticos que, como el resto, nos ofrecen un estilo de vida a través de su producto, siendo en este caso la democracia el objeto de venta. ¿La democracia como producto? Puede sonar inverosímil, pura demagogia de una inconformidad ilógica, pero así lo pienso y así lo explico.

Las sociedades anónimas es el tipo de estructura empresarial que desarrollan las principales empresas del planeta, aquellas que buscan llegar a cualquier región y población por haber. Éstas, como cualquier empresa competitiva del mercado capitalista, tiene como único fin el de maximizar sus beneficios, cueste lo que (nos) cueste. Su expansión económica debe superar todas las barreras posibles, centrándome en este texto en las políticas. Los estados-nación de derecho, aquellos que se supone pretenden priorizar las garantías sociales de su Pueblo a través de distintas representatividades electas ha sido hasta hace unos años el mayor impedimento de dichas multinacionales, ya que ante las dictaduras les rentaba el pago de sobornos a los dirigentes o bien financiaban su puesta en el poder a través de golpes de estado y campañas presidenciales, sin excluir que esto también ocurra en democracias, por supuesto (observemos la situación actual de Honduras). Sin embargo, las multinacionales han sabido utilizar a sus rivales como una herramienta más para su expansión (sindicatos mayoritarios, partidos de “izquierdas”, asociaciones, ONG’s, movimientos sociales…) algo a reconocer en su maquiavélica inteligencia empresarial. En la actualidad, utiliza a los estados democráticos como sus relaciones públicas de cara a los gobernados, sus futuros sustentadores.

Desde el gobierno nos llegan constantes alusiones al desarrollo, al progreso, al crecimiento, a la evolución, la expansión democrática… que alcanzarán a través de sus políticas económicas, las cuales se centran en la liberación de mercados públicos como pueden ser la educación, la sanidad, la penitenciaría, el transporte destinado a personas, la seguridad, la banca, el correo… los cuales están siendo privatizados y sirviendo no a los intereses del Pueblo, sino de empresas que, repito, responden únicamente a la maximización de sus beneficios y de las que participamos como clientes y no como ciudadanos que por tal condición debemos recibir un servicio que responde a un derecho (en nuestro caso constitucional) que podemos y debemos exigir.

El problema es que actualmente nuestra fe ciega en la democracia y en sus representantes nos hace perder capacidad crítica hacia el real sentido de conceptos como “democracia”, “estado de derecho” y “Pueblo”. Esta situación la aprovechan las empresas para utilizar al estado como mediador en la implantación de sus medidas económicas, un estado que se encuentra al servicio y dominado por dichas multinacionales ya que, en un sistema capitalista, son ellas quienes deciden en qué país invertir. Su principal criterio es de la estabilidad política, ya que pretenden que sus negocios puedan mantenerse mínimo durante el tiempo en que recuperen la cantidad invertida y con un máximo incalculable, siendo la ejecutiva quien decide si mantener o no por más tiempo la empresa en un sitio o les resulta mas beneficioso movilizarla a otro país con la mano de obra, aduanas, impuestos y demás, más baratos, sin importar la problemática que esto puede suponer a distintos niveles: desempleo, abandono de instalaciones y residuos, hundimiento de economías dependientes,… todo ello afectando más gravemente a un nivel local, es decir, directo a la zona y al Pueblo del que se beneficiaba. Y el encargado de esta estabilidad es el estado, utilizando los medios de comunicación para hacernos creer que vivimos en libertad y democracia y que es esta una razón para vivir tranquilos y contentos, o bien mandando a las fuerzas y tribunales del estado a reprimir, encarcelar y asesinar a aquellxs que creen lo contrario y actúan en consecuencia, presentando estas medidas como garantía de la preocupación que desde el poder se tiene por la seguridad de sus ciudadanxs y la conservación de la paz social.

Pero, si todo lo previo es realmente así, ¿cómo permite el estado el ingreso de dichas economías en su territorio? Lo permite no solo porque se lo permitamos, sino porque se lo exigimos, ya que basamos nuestra felicidad en un mayor acceso a un mayor número de productos de menor necesidad sin importarnos en qué repercute el consumo o compra de cualquier producto. Si a nosotros no nos importa, ¿por qué el gobierno se iba a arriesgar a perder influencia política, cientos de inversores, miles y miles de votos y su poder por contemplar la repercusión social, política, económica, ambiental y cultural que puede generar un producto a lo largo de toda su cadena de producción? Si al Pueblo únicamente le importa su nivel adquisitivo, ¿por qué iba a importarle a los gobernantes alguna otra cosa? Si el Pueblo olvidó su responsabilidad ética y moral, ¿por qué el gobierno la iba a anteponer a las órdenes de sus jefes si éstos son capaces de derrocarles con una campaña mediática o con un golpe de estado?
 
Como conclusión, debemos ser conscientes de la mentira que nos venden como democracia partiendo desde una perspectiva individual y colectivamente crítica que nos lleve a la búsqueda de la comprensión integra de una realidad que incluye todo aquello que la habita para finalmente actuar en consideración con un criterio racional y humano que abogue por una felicidad basada en las condiciones de vida propias y del conjunto y no en una opulencia y consumo material que parte del egoísmo, finalizando esto en principios de igualdad, solidaridad y libertad, enfrentados con la irresponsabilidad, la ignorancia y la individualidad.

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