Todo llega. La cita se precipita, por fin se precipita. Las despedidas se han sucedido una tras otra y aun queda más de una. Lo bonito ha sido la sonrisa que acompañaba a ese firme “hasta luego”, dejando claro que no es un adiós. Las coincidencias han sido tan numerosas como acertadas, pudiendo conocer a personas increíbles con las que solo he necesitado horas para compartir una amistosa complicidad. Muchas me hablabais de un valor que reconocíais en mí por emprender este viaje de manera tan decidida. Otras, en cambio, hablabais de envidia, sana envidia. En cualquier caso, me habéis hecho sentirme animado a dar el salto, porque siento que una pequeña parte de vosotras viaja conmigo, ayudándome esa distante pero vital compañía, compartiendo mis pasos y lo que darán de hablar una vez que regrese con quienes me esperan. Lo que también me habéis hecho ver es que ese valor del que hablabais es parte de vuestra cobardía, creyendo acaso que lo que yo hago tiene algún mérito, cuando solo se trata de hacer más lejos lo de cada día: vivir. Pensad que el miedo es una cadena que desde pequeño nos imponen para no llegar demasiado lejos, para cansar nuestra inquietud, ya que eso podría llevarnos a descubrir la realidad, a detestarla y a desear cambiarla. Espero que, una vez que vuelva y tras contaros qué ha sido de mí en lejanos meridianos, os animéis a enfrentaros a vuestros miedos y os descubráis a vosotras, vuestra realidad y la realidad. Que se abra el telón al espectáculo de la vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)